Hace falta mucha fuerza de voluntad para no caer en la tentación de eliminar o reducir prácticas que nos resultan incómodas, pero que resultan imprescindibles para el mantenimiento de un estado saludable. Lo fácil, desde luego, es poner como excusa el agobio que supone el hacer frente al virus. Pero, en el fondo, todos sabemos que las medidas necesarias para evitar el contagio no son sustitutivas de la prevención, cuidado y tratamiento que sigue exigiendo el mantenimiento de nuestra salud.
En el caso de la piel, existe un riesgo cierto de considerar triviales las rutinas que nos ayudan a evitar el deterioro y prematuro envejecimiento del órgano más extenso de nuestro cuerpo. Ante la reducción de las relaciones sociales, algunos parecen pensar que no merece la pena cuidar un aspecto que nadie ya valora. Gran error, ya que la piel, como las casas, es para disfrutarla antes que para enseñarla..
Nuestra piel no va a contentarse con la simple defensa frente al coronavirus, aislados para evitar el contagio y sumidos en un angustiado sedentarismo, que se limita a esperar el fin de la pandemia. Nos exigirá una rutina de hidratación, una dieta equilibrada, la práctica de ejercicio físico con regularidad, la visita periódica al dermatólogo para prevenir, vigilar y tratar adecuadamente las enfermedades. Deberemos tener en cuenta estas obligaciones para no lamentar su descuido cuando las consecuencias de ese abandono hagan muy difícil o, simplemente, no tengan remedio.